¿Es o no periodismo?

El diario británico The Independent se preguntaba en portada acerca de los propósitos de Julian Assange. Junto a una inquietante instantánea, tres titulares: ¿Quién es? ¿qué busca? ¿qué será lo próximo que haga? Algunos, como el ministro de Exteriores italiano, Franco Frattini, ha llamado a la iniciativa de Wikileaks el 11 de septiembre de la diplomacia mundial. Otros hablan del definitivo golpe al viejo gran periodismo.
Todos los elegidos (El País, Le Monde, New York Times, The Guardian y Der Spiegel) trabajan y abren sus ediciones desde hace unos días partiendo de las filtraciones difundidas. Los medios postergados (The Independent es uno de ellos) buscan las cosquillas a la validez de las revelaciones. Es un contexto sin duda adecuado para que salten liebres cuando algo no esté bien contrastado. El profesionalismo periodístico debe rumiar bien aquello que recibe. Y destapar si las hay oscuras intenciones en las fuentes. Por eso es importante la mediación periodística.
Wikileaks no es periodismo: es una fuente más que se ha puesto a manar. Esta por ver si interesadamente. Dilucidar esto corresponde, ahora sí, al periodismo, que no ha de dejarse llevar por fratricidas luchas en busca de frenéticas exclusivas ni por fascinaciones descontroladas. Ojo que el gran problema del actual escenario informativo no es tanto la escasez sino la sobreabundancia y la dispersión. Convertir la información en conocimiento es la habilidad fundamental del periodista, descubrir formas de desbrozar la abundancia en lugar de aumentarla, formas de iluminar más que de dispersar.
Porque imaginen además –como hace Andrés Montero- a un profesional de las operaciones psicológicas de la CIA usando a una marioneta como Assange: “Esto de las filtraciones tenemos que ponerlo en positivo, controlarlo nosotros: es la única manera de que consigamos que dejen de provocarnos problemas con la opinión pública (…). La manera de hacerlo es montar nuestro propio portal de filtraciones, encontrar medios y periodistas que tengan rasgos de personalidad que los hagan más o menos influenciables, alguien con espíritu justiciero e idealista, experiencia en activismo, una dosis de rasgos narcisistas y autoritarios y un ego de considerable magnitud”. ¿Una interesante película de ficción? Por el momento, sí. Por cierto, me gustaría estar en Der Spiegel y tener, para esto, el sereno, reflexivo y enérgico sosiego de la periodicidad semanal.

1 comentario:

  1. Comparto con MAS el desasosiego provocado por todo este asunto, con más tintes de novela de Tom Clancy que de exclusiva periodística.

    Aún a riesgo de que me acusen de intrusismo (bien sabe el autor que no soy periodista) debo decir que, lo que más me ha alarmado ha sido:

    1.- La difusión –consciente, temática y selecta- que el hecho en sí mismo (la revelación de cables "confidenciales" y/o su filtración), que no es nuevo.

    2.- Que profesionales y/o “analistas”, en lugar de la información, publiquen, directamente, sus propias conclusiones sobre la obtenida de sus fuentes (p.e., con titulares como "EE UU ejecutó un plan para conseguir una ley antidescargas"), impidiendo que el lector el obtenga las suyas por si mismo.

    3.- Que todas "informaciones" publicadas contengan expresiones como “[X persona] ya había revelado hace tiempo", o "como ya sospechábamos", y que hacen que uno se cuestione… y, -entonces-, ¿Cuál es realmente la noticia: la confirmación de una filtración, o la intencionalidad –de seudo “conjura judeo-masónica”-, atribuida a la misma por los medios “elegidos” conforme a su línea editorial?

    4.- Que se haya organizado -vía Internet, a través de redes sociales- una causa común global para la defensa de la "libertad de expresión" (personalizada, además, en el “martirio” de un Sr. que, a la postre, es sospechoso de un delito sexual en Suecia; algo que, irónicamente, no deja de ser una circunstancia agravante contra su supuesta integridad moral), elevando tal libertad a la categoría de sacrosanta -irrenunciable e indiscutible-, y sin entrar a ponderar los demás derechos –todos ellos legítimos- que puedan entrar en conflicto con aquella (a este respecto existe tanta jurisprudencia como cables en las embajadas).

    Concluyendo, y en línea con lo que apuntaba MAS sobre la mediación, creo que es de justicia exigir a todos los profesionales del periodismo la responsabilidad debida (igual a la que, a cada uno en su profesión, le puede exigir un tercero) pero, sobre todo, la exigencia del respeto absoluto de la libertad de pensamiento, la de cada uno de los sujetos activos que integran la opinión pública.

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